jueves, 30 de junio de 2016

En busca de la esencia milagrosa (relato a dos manos /cinco capítulos)














Capítulo I



Llevaban varios días caminando, y el hecho de desconocer el terreno, aumentaba la ansiedad del grupo.

Al sexto día, de una noche cerrada y silenciosa, el sistema de comunicación dejó de funcionar, todos los intentos fueron en vano, quedaron aislados, completamente solos en un lugar tan alejado... la incertidumbre cobró fuerzas.

Era necesario tomar una decisión, y debía ser a la brevedad posible. Volver sobre sus pasos o continuar con el plan propuesto.

Francesca, la geóloga del grupo, jugueteaba con sus rizos al tiempo que miraba de reojo al líder de la expedición. Ella le había sugerido tomar otro camino, a sabiendas de que ése no era fiable, pero entonces él se hallaba abstraído por el volumen de sus senos y no le prestó la debida atención.

Uno de los expedicionarios, el de más edad, se acercó a ella y le pidió en voz baja que dejara de tocarse el cabello, para no distraer nuevamente al guía en momentos en que debía tener sus sentidos puestos en la importante decisión a tomar.

Sin responderle y haciendo caso omiso de tal sugerencia, se acercó a Bernardo, y como confiando un secreto, le dijo en voz baja, casi al oído... - Estoy contigo, acepto tus decisiones, y además soy de la opinión que debemos continuar con la empresa que nos propusimos.

Escuchó, la miró directamente a los ojos, sin siquiera responder.

Era imprescindible escuchar los puntos de vista de todo el grupo, por lo tanto pidió que todos se expresen para así llegar a una resolución, agregando que consideraba importante que sea una decisión en conjunto.

- De acuerdo a como veo la situación -expresó Germán, especializado en antropología- "el profesor", como lo llamaban todos- interpreto que debemos dar por finalizada nuestra expedición, no debemos arriesgarnos a una dudosa aventura que puede llegar a convertirse en una nada agradable experiencia, como la ocurrida en una expedición al nacimiento del Amazonas, organizada por la Unesco, en la cual participé, donde nos enfrentamos a una situación semejante a ésta, y que por la fallida decisión tomada, sufrimos una tragedia, que hasta el día de hoy no puedo sacar de mi memoria.

- Yo debí suspender algo importante para unirme a esta expedición y no pienso regresar con las manos vacías. Se nos dijo que había un valioso tesoro escondido y que su hallazgo podría ser de suma importancia para la humanidad. Pues bien… quien quiera abandonar, que abandone. Yo seguiré adelante, aunque sea solo - expresó con firmeza Mateo, el alpinista del grupo.

- Me inclino a pensar que lo que pueda haber allí no será más importante que nuestra propia vida, por lo tanto opino igual que el “profesor” - dijo Lionel, el fotógrafo

- Creo saber de qué se trata el hallazgo, aunque me comprometí a guardar silencio para evitar especulaciones. No obstante, les aseguro que vale la pena seguir adelante. - observó Francesca

Bernardo -el guía- dirigió una mirada a los dos expedicionarios que aún no habían abierto la boca y les dijo:

- Sólo nos falta conocer su opinión, daré a conocer la mía después de haber escuchado sus argumentos. Por ahora hay dos votos a favor de continuar con la expedición y dos en contra.

Varda y Alex, jóvenes universitarios en el último año de Geología, se miraron entre ellos; rumorearon unas pocas palabras y la damita respondió:

- Fuimos invitados por el profesor -al cual agradecemos- pero poseemos un espíritu aventurero, natural a nuestra corta edad, y estamos muy entusiasmados en ésta, nuestra primera vivencia de este tipo; no obstante, tanto mi compañero como yo aceptaremos la decisión que tome Bernardo. Esperamos que sea acorde a nuestros deseos de proseguir.

Todos los ojos fueron dirigidos al guía.

- Antes de tomar una resolución -expresó Bernardo-, deseo hablar con cada uno en forma particular, espero que no tendrán inconveniente alguno, ¿verdad?

Se escuchó un sí general.

Al primero que se acercó fue a Germán.

- Escúcheme, profesor, sabe que respeto su palabra y no sería de mi agrado contradecirla; sé que -de proseguir- correremos ciertos riesgos, pero le aseguro que se tomarán todos los recaudos necesarios como para evitar posibles obstáculos que entorpezcan nuestra excursión. Desearía, por lo tanto, recibir su bandera verde para ayudarme a decidir.

- Reitero mi posición ya explicada, sin embargo, dada la buena reputación que tiene acumulada en su haber, le propongo una buena salida para ambos; si logra convencer a todos los demás participantes de continuar la expedición, pues entonces desde ya cuente con mi OK.

Con una leve sonrisa en su rostro, Bernardo fue a probar suerte con el simpático Lionel.

Mientras Bernardo dialogaba con el profesor, Francesca no perdió la ocasión de acercarse al fotógrafo, para pedirle unas tomas junto a un raro arbusto de curiosas formas.

Su verdadero propósito era empatizar con él y obtener su voto positivo para continuar con la expedición. Pero el instinto de conservación de Lionel estaba por encima de su curiosidad y fue necesaria la intervención de Bernardo para modificar su postura.

- El mundo es de los valientes, mi querido Lionel. Si tuvieras ante ti un enorme oso aplaudiendo, y te ofrecieran por esa toma un millón de dólares… ¿te irías sin fotografiarlo? ¿no correrías el riesgo? - le preguntó el guía

- Tal vez aceptaría el desafío, tratándose de una oferta tan interesante… pero ¿qué tengo para ganar si sigo adelante en esta expedición? - inquirió el otro

- La satisfacción de haber plasmado con tu cámara un hallazgo de suma importancia para la humanidad - concluyó Bernardo

- ¿Tanto así?... Mmm... no es fácil decidirse; hay mucho en juego - expresó Lionel

- Ésta podría ser tu consagración como fotógrafo - exageró el otro para convencerlo

- De acuerdo, cuenten conmigo, espero no arrepentirme - dijo, por fin

Antes de que Bernardo continuara con el siguiente, Mateo tomó la palabra:

- Con el permiso de nuestro respetable guía, quisiera proponerles que abreviemos este trámite. El tiempo apremia y nos conviene llegar a destino antes del cambio de estación, o las cosas se complicarán aún más.

Bernardo, ya reforzado después de escuchar las variadas opiniones, dijo con voz segura:

- Los escuché y he tomado la resolución: continuaremos en la marcha, y es el momento de revelar la meta de nuestra expedición en este tan peculiar Myanmar (Burma). Debo agradecer la gentileza de las autoridades de la Universidad de Agricultura de Yezin, que nos han permitido concretar esta excursión con su gran ayuda. Estimados colegas, nuestra ambición será llegar a descubrir donde florece la exótica flor Selvius, verdadera fuente de la juventud.










Todos, excepto Francesca, exteriorizaron expresiones de asombro y expectativa ante tal anuncio.

El jefe continuó explicando los detalles técnicos, ya programados, y distribuyó los distintos cargos que cada uno ocuparía.

La hora de salida sería bien al amanecer, no más tarde de las cinco, por lo cual les recomendó aprovechar las pocas horas que restaban.





Capítulo II





Luego de la revelación del importante tesoro a descubrir, Bernardo tomó un mapa, celosamente guardado en uno de los bolsillos de su mochila. Lo desplegó ante los ojos expectantes del grupo y dijo:



- Ahora estamos en este punto -expresó señalando Mandalay- y debemos dirigirnos a este otro -prosiguió, trazando con su dedo índice una línea oblicua hacia Hsipaw- allí, según datos fidedignos cuya fuente no puedo revelar, se encuentra la flor Selvius, que posee magníficas propiedades para rejuvenecer la piel. Nuestra meta es conseguir muestras de la misma para hacerlas analizar.

Francesca nos dirá qué camino tomar para que sea más seguro y llevadero nuestro andar. Mateo se complementará con ella para guiarnos, en caso de que nos topáramos con terrenos elevados.

Agradeceré que usted, profesor Germán, ponga en práctica sus avalados conocimientos sobre la especie humana, y nos oriente para saber cómo proceder ante la eventual aparición de descendientes de alguna antigua civilización.

Varda y Álex observarán detenidamente cada arbusto que encuentren a su paso, sin dejar pasar ningún detalle que les llame la atención. Yo mismo colaboraré con ambos en esa tarea.

En cuanto a Lionel, obviamente tu labor será tomar fotografías de todo, desde distintos ángulos.

Ahora cenaremos y luego descansaremos unas horas; debemos reponer energías y estar listos para lo que vendrá.

Pasaron la noche… y cuando el sol animó sus primeros signos de presencia, la columna de aventureros se topó con un difícil camino de escalada a un monte que se apareció ante ellos.

Tuvieron que hacer un paro, pues en la mochila de Varda se soltó la presilla del bolsillo principal y todos sus cosméticos regaron el camino.

Francesca y Mateo aprovecharon la interrupción momentánea para investigar en los mapas cuánto restaba hasta llegar a la costa del río. Comentaron que, según sus deducciones, estaban cerca, y allí podrían encontrar alguno de los pobladores y contratarlo para que con su balsa pudieran pasar al otro lado, donde se hallaba la parada de un tren que los acercaría a su destino.

Al profesor le entusiasmó la idea de viajar en tren, le recordaba sus años de juventud.

Prosiguieron el trayecto...











El ascenso rápidamente llegó a su fin y, antes de emprender el descenso, disfrutaron desde la altura el hermoso paisaje del cauce del río, y además se percataron que a corta distancia se percibían algunas casuchas, con seguridad se trataría de un pueblito de pescadores, justo lo que estaban necesitando. Por supuesto, Lionel no perdió la oportunidad de tomar algunas fotografías para el recuerdo.



- Aquí se respira aire puro - dijo el antropólogo, mientras aspiraba en profundidad para recuperarse, luego de semejante esfuerzo… su edad empezaba a notarse en los ascensos.

- ¿Se siente capacitado para continuar, profesor… o prefiere que nos detengamos un momento? - preguntó Bernardo, al notarlo algo agitado

- No se preocupen por mí, sólo es falta de práctica. En las anteriores expediciones me tocaron terrenos llanos. Ya me pondré a tono; sólo les pido que disminuyan la velocidad en la bajada - respondió

- No se separe de mi lado, profesor, apóyese en mí si es necesario hasta llegar abajo - le aconsejó Mateo

- Me están haciendo sentir más viejo de lo que soy… de acuerdo, acepto tu ayuda - dijo el profesor, al tiempo que se ubicaba junto al alpinista

- Entonces sigamos… pronto estaremos muy cerca del río y allí buscaremos con qué cruzar a la otra orilla - indicó el guía

- ¿Cuál es ese tren del que hablaban Francesca y tú? - preguntó Varda, dirigiéndose a Mateo

- Se trata de un tren que circula por el viaducto Goteik, construido por el imperio británico en la época colonial - comenzó a explicar Mateo, pero Lionel lo interrumpió

- ¿El viaducto Goteik, dijiste?

- ¿Lo conoces? - preguntó Mateo

- ¡Que si lo conozco! (exclamó)… me subí a él de pequeño. Mis padres y yo estábamos de viaje por algunos países del sudeste asiático y pasamos por éste. Recuerdo vagamente los paisajes, pero hay algo que no olvidaré jamás… y es ese tren - explicó Lionel con cara de asustado

- ¿Y qué tiene de particular para ser tan inolvidable? - intervino Álex

Antes de que Lionel respondiera, Bernardo le clavó la mirada de tal manera, que el fotógrafo entendió que debía evitar dar detalles. Ya había quedado claro, a esta altura, quién era el miedoso del grupo.

-Ehhh… no tiene importancia, apenas era un niño cuando lo abordé, no me hagan caso - dijo Lionel, para dejar conforme al guía

Y Francesca, que curiosamente no había participado del intercambio, se sonrió con cierta picardía ante la actitud del fotógrafo.

Apenas se acercaron a las primeras casuchas del poblado, unos famélicos y nada simpáticos perros les dieron la bienvenida a nuestros avezados exploradores.

Alex se adelantó al grupo y con sus manos abiertas se acercó a paso lento para enfrentar a los cuadrúpedos, y agregó en voz baja...

- Quédense donde están, yo me entenderé con ellos, tengo experiencia con los perros...

Nadie atinó a disuadirlo y detuvieron la marcha.

Uno de los caninos, es de suponer el líder del grupo -un negro azabache de considerable tamaño- se acercó al inesperado intruso, husmeó una de las manos, luego dio una vuelta alrededor de Alex, que optó por quedar quieto como una estatua; acto seguido, ya frente a frente, se animó a pasar suavemente la palma de una mano sobre la cabezota del animal, aparentemente calmado, éste -complacido- dio media vuelta y regresó junto a sus compañeros centinelas, entonces todos enfilaron con dirección al poblado.

- Ya está solucionado el asunto, amigos, podemos proseguir, yo me adelantaré... veré de encontrar alguno de los pobladores, síganme...

- Espera, yo iré contigo, balbuceo un poco el idioma que se habla en esta parte de la región, creo que podré arreglármelas para conseguir alguien que nos pase al otro lado del río...- dijo Lionel.








Dicho y hecho, a escasos minutos se encontraban todos sentados en una especie de balsa precaria, con los pies en el agua, rumbo a la costa vecina. Estando a bordo de la misma se percataron de que en su interior -exactamente en el medio- había una especie de boquete que permitía ver el cauce del río, y algo similar a una red -de trenzado fino- estaba tapando por debajo tal abertura. Después de consultarlo con el amable lugareño, entendieron que durante la pesca se iban arrojando y guardando allí los peces obtenidos, para así mantenerlos vivos y frescos, hasta tanto se los vendiera en el poblado.

Desembarcaron... y, además de agradecer la gentileza al servicial pescador, ofrecieron un billete de 20 pesos americanos, que con sumo gusto aceptó, augurándoles una buena travesía.





Capítulo III



Mateo observó el panorama con unos prismáticos que le facilitó Francesca (habían hecho buenas migas en el último tramo) y buscó la ubicación del ferrocarril que los llevaría a su destino final.

- Debemos recorrer unos trescientos metros hasta llegar a la estación del tren que nos conducirá a Hsipaw - le dijo a los demás

Lionel suspiró profundamente al escucharlo, pero evitó hacer comentarios... recordó la penetrante mirada que le dedicara Bernardo minutos antes. Álex había dado muestras de su valentía con los perros, no sería oportuno de su parte demostrar miedo a abordar ese tren.

Una vez que hubieron arribado a la estación Mandalay, Bernardo se dirigió a la ventanilla de expedición de pasajes. Luego se ubicó junto a los otros en uno de los asientos de madera dispuestos allí para esperar la llegada del convoy.

Varda tomó un paquete de galletas de adentro de su mochila y les convidó a todos.

Transcurrieron veinte minutos hasta que el tren estacionó junto al andén y los siete expedicionarios lo abordaron, algunos con entusiasmo, otros con curiosidad... Lionel con temor.

- Ahhh... esto es emocionante, sentarme nuevamente aquí me trae recuerdos de mi juventud - dijo el profesor Germán

- ¿Fueron gratos momentos, profesor? - preguntó Varda

- Sí, absolutamente - respondió éste

El tren se puso en marcha y todos aplaudían, menos Lionel.

Transcurrió más de una hora de recorrido y -a medida que se aproximaba el tramo del viaducto- las pulsaciones del fotógrafo aumentaban el ritmo.

Francesca, que no perdía detalle de nada, advirtió la palidez de Lionel y le hizo una seña a Bernardo, que se hallaba sentado junto a éste, para que observara su semblante.

- ¿Te sientes bien, Lionel?... te noto algo pálido - le preguntó el guía

- No pasa nada, es la falta de costumbre de subirme a un tren... llevo mucho tiempo sin hacerlo - salió del paso el muchacho

- Entre nosotros... (le dijo en voz baja) ¿Le temes a las alturas, verdad? - preguntó Bernardo

- Algo así... - respondió escuetamente el otro

- Bueno, si es necesario cierra los ojos, estamos por arribar al viaducto Goteik y no quisiera sembrar el pánico en los demás con tus gritos... jejeeee - le dijo con ironía

Ya en ese tramo, todos exteriorizaron un prolongado Ohhhh de admiración ante el imponente paisaje visto desde las ventanillas.









- Me pregunto si este tren es seguro... - dijo Varda al comprobar la impresionante altura por donde se hallaba circulando el convoy

Las vías eran estrechas, lo cual generaba cierto temor en los pasajeros que no estaban habituados a subirse a este tren.

Alex -sentado junto a Varda- miró hacia abajo con naturalidad y luego le dijo:

- Ya superamos lo de los perros... esto no es nada comparado con eso

- Te sientes ganador ¿verdad?... en cierto modo me da seguridad estar a tu lado en este tren - le dijo Varda mientras se le arrimaba

El ferrocarril había disminuido su velocidad al atravesar ese tramo, lo cual generó un molesto chirrido, como si le faltara lubricación a los engranajes... y Francesca se tapó los oídos.

- Tranquila, ya falta poco - le dijo Mateo, quien se hallaba sentado junto a ella

El profesor, a quien la había tocado en suerte sentarse con un desconocido, observaba con curiosidad -y, a la vez, preocupación- el modo en que éste saltaba sobre el asiento. Se preguntaba si las galletas consumidas en la estación ya habrían culminado su correspondiente proceso de digestión.

- Discúlpeme... ¿sería tan amable de dejar de saltar? temo vomitar lo que acabo de ingerir - le dijo Germán, pero el otro no le entendió

Volvió a intentarlo en un dialecto que suponía era el que manejaban allí (el profesor dominaba muchos idiomas) y entonces sí obtuvo el resultado esperado. El joven a su lado temió ser ensuciado de vómito y entonces se levantó para sentarse en otro sitio. Tal vez sus brincos fueran una manera de sobrellevar el miedo a las alturas.

Las incomodidades del tren, que había visto días mejores, no evitaron que nuestros entusiasmados expedicionarios disfrutaran de las maravillosas vistas, que como una película de la naturaleza, podían apreciarse desde las ventanillas, no obstante las peligrosas curvas que debían salvar los deteriorados vagones.

Y por fin llegaron sanos y salvos a destino.

Bajaron todos sus bártulos en el precario andén; Bernardo tomó la iniciativa y detrás de él se encaminaron hacia el centro de Hsipaw, típico pueblo de montaña.

Germán anticipó que -según lo leído- en esta época las copiosas lluvias podrían llegar a ser algo problemáticas, pues convertían todos los caminos en una masa espesa de barro, que dificultaría la caminata.

Varda y Alex, que se habían adelantado, volvieron en pocos minutos con una sonrisa en sus rostros.

- A escasos metros hay un pintoresco mercado, los olores y los colores son atrayentes, vengan, sígannos - exclamó la jovencita.

Y, sin dudarlo, todo el grupo se encaminó hacia allí.
Por cierto, la variedad y la cantidad de productos allí exhibidos era un regalo para los ojos.

Bernardo y Francesca -encargada de la comida- se ocuparon de adquirir lo necesario para el trayecto, mientras que los demás disfrutaron de la amabilidad de los pobladores que trataban de atraerlos ofreciendo su mercancía.

Mateo consiguió entenderse con un anciano sentado en un rincón del mercado, quien fumaba una especie de cigarro, éste le informó que a unos pocos kilómetros, siguiendo el curso del río cercano al pueblo, encontrarían una choza de gran tamaño, allí podrían obtener más detalles del lugar que buscaban, de boca del ermitaño que la habitaba.

Lionel, ya recuperado del mal momento que le tocó atravesar arriba del tren, se puso a tomar fotografías de todo cuanto halló a su paso… y había bastante en el valle de Hsipaw para despertar su curiosidad.

El Mercado Central era uno de los mejores de todo Myanmar, al que asistían miembros de diferentes grupos étnicos, interesados especialmente en las velas.










Allí el profesor Germán tuvo oportunidad de demostrar nuevamente sus amplios conocimientos lingüísticos, cuando uno de los integrantes de la tribu Shan se le acercó para ofrecerle sus productos artesanales.

Si bien no compró nada, aprovechó la buena predisposición del hombre para preguntarle sobre algún lugar que pudiera resultar interesante visitar. Y vaya uno a saber qué entendió el Shan… quizás el profesor había errado la fonética, el caso es que lo condujo hacia un pasillo largo y estrecho, en cuyo final había un retrete. Una vez allí, Germán se sonrió y alzó la mano en señal de agradecimiento. Y ya que estaba, vació su vejiga.

El aroma que desprendían los alimentos recién adquiridos por Francesca en el mercado incentivó el apetito de algunos.

- Mmm… eso huele muy bien, se me abrió el apetito – dijo Varda

- Si, a mí también me está picando el bagre – se sumó Alex

- Busquemos un lugar en donde sentarnos para llenar el tanque y así continuar bien energizados – dijo Bernardo

- ‘Picar el bagre… llenar el tanque’… qué terminología más académica – dijo irónicamente Varda

Cuando Francesca desenvolvió los paquetes había diversos platillos para elegir:

* lephet thoke: hojas de té en conserva mezcladas con col rallada, jitomates rebanados, frijoles fritos y crujientes, nueces y chícharos, un chorrito de aceite de ajo y unas rebanadas de chile y ajo.

* nga htamin; arroz cocido con cúrcuma, machacado y moldeado como tortilla, al que se le agregan hojuelas de pescado de agua dulce y aceite de ajo.

* buthi kyaw: trozos de calabaza rebozados y fritos.

* nangy thoke: consiste en fideos gruesos de arroz con pollo, rebanadas delgadas de pan de pescado, brotes de frijol precocidos y rebanadas de huevo cocido.

Y todos dejaron de lado sus prejuicios gastronómicos ante la inevitable manifestación del hambre, entregándose de lleno a la degustación de esos menús.





Capítulo IV



Luego del reparador descanso y bien llenas las forjas destinadas a la comida, partieron alegres y satisfechos hacia el río para bordearlo y así encontrar la choza del ermitaño que quizás les indicaría el camino a seguir.

No les fue difícil el trayecto, al punto tal que, cuando Alex comenzó a entonar cierta canción de amor, todo el grupo lo acompañó con un suave tarareo, aún sin conocerla, como deseando compartir unos momentos de relax que tanto necesitaban.

Después de una hora de caminata, percibieron a un costado del sendero una choza de gran tamaño y un anciano sentado a su entrada, a su lado dos perros levantaron sus cabezas, como olfateando a los recién llegados, emitieron un ronroneo y siguieron descansando sin demostrar gran interés.

German se acercó, saludó, y se sentó frente al dueño de casa. Los demás se quedaron un poco retrasados, aguardando el resultado de la charla. Después de recibir la información deseada, el profesor dejó un pequeño cuchillo de regalo, que había adquirido en el mercado, pues le pareció un gesto adecuado. Posteriormente se dirigió al grupo para informarles que -a decir del anciano- deberían continuar bordeando el río hasta toparse con unas piedras de color obscuro, agrupadas en decenas de montículos; con las últimas precipitaciones era muy posible que todo el lugar alrededor de ellas estuviera sembrado de hongos. Agregó que si buscaban entre ellos, quizás la suerte les ayudaría.

-Ya escucharon al profesor, así que ¡En marcha! De aquí en más pongan especial atención a todo, iremos a paso lento para no perder detalle de nada. Francesca y Mateo llevarán la delantera, yo los seguiré muy de cerca y colaboraré con Varda y Alex en la inspección de aquellas zonas en las que la vegetación presente características poco comunes. El profesor ayudará a Lionel a escoger las mejores tomas para su cámara. Caminen con cuidado, el sendero está lleno de barro – indicó el guía

Y de esta forma todos iniciaron el último tramo de su aventura, ya faltaba poco para arribar al objetivo. La flor Selvius estaría oculta en alguna parte de la frondosa vegetación.

Francesca ya imaginaba cómo se vería con el rostro rejuvenecido. Ella en realidad era joven y hermosa, pero la idea de serlo aún más la volvía ansiosa por descubrir cuanto antes esa maravilla de la naturaleza.

Mateo, por su parte, sólo pensaba en la fortuna que tal descubrimiento representaría para todos, luego de hacer analizar las muestras en el laboratorio y comprobar el milagroso efecto de esa flor sobre la piel.

Varda y Alex, principiantes en este tipo de aventura, eran movidos más por su curiosidad que por otra cosa. Querían tener algo para contar en el libro que pensaban publicar más adelante.

Lionel esperaba consagrarse como fotógrafo, tal como le había augurado Bernardo que sucedería.

En cuanto al profesor, él quería darle un broche de oro a su trayectoria como antropólogo y expedicionario, consiguiendo un ejemplar de esa flor, para luego disecarla y exhibirla en el museo que planeaba inaugurar.

Bernardo quería que Selvius le proporcionara todo: juventud, dinero, y fama. Era el más ambicioso, aunque no lo demostraba abiertamente, pues en su carácter de conductor del grupo debía controlar sus emociones.

Inmersos cada uno en sus cavilaciones, los expedicionarios no recordaron las recomendaciones de su guía acerca del mal estado del terreno. Y fue el profesor quien primero derrapó a causa del lodazal, y se llevó con él a Lionel, de cuyo brazo se aferró al notar que estaba a punto de caer.

Varda y Alex se dieron vuelta al escuchar el grito del antropólogo en el momento de impactar contra el suelo. Y al hacerlo perdieron el equilibrio y también cayeron.

Y cuando los tres restantes fueron a socorrer a los embadurnados de lodo, patinaron de igual modo y se sumaron al patético espectáculo.

Se miraron unos a otros y optaron por reírse en lugar de lamentarse.

Por fortuna, no se habían despegado de la orilla del río, así que sólo habría que echar mano de sus aguas para higienizarse.

Mucho no lograron con el agua, pues el barro era espeso y muy pegajoso, lo que dificultaba despegarlo del cuero y las ropas, pero decidieron dejar esas menudencias para otra oportunidad y emprender nuevamente el camino.

Dos perros aparecieron entre los matorrales con aparentes intenciones de acompañarlos en la travesía. Ambos se apostaron al lado de Francesca, que había tomado la delantera del grupo, como si su misión fuera guiarla en su cometido. Ella los miró y les dio unas palmaditas en sus cabezotas, haciéndoles ver que aceptaba la propuesta.







El sol era implacable y el calor resultaba agobiante para caminar, pero no aflojaron la marcha y continuaron en la búsqueda de las susodichas piedras.

Luego de una hora de extensa caminata, decidieron hacer un alto para tomar y comer algo. Los astutos perros comprendieron al instante el motivo de la pausa y se mantuvieron a la expectativa, por si también ellos recibían algún regalito. Francesca se encargó de no dejarlos sin su pequeña recompensa.

Ya descansados, reanudaron la marcha. Habían andado cientos de metros cuando los canes iniciaron una corrida alejándose del grupo, luego de lo cual desaparecieron tras un arbusto de gran tamaño. No era posible ver qué había del otro lado, pero se les escuchaba ladrar… y todos interpretaron que se trataba de un llamado, entonces apresuraron el paso para averiguar el motivo de tales ladridos.

Apenas sortearon el arbusto, encontraron una enorme piedra, frente a la cual los perros ladraban insistentemente.

Los animales intercalaban los ladridos con intensos olfateos sobre la superficie de esa roca.

Alex, que ya había demostrado un buen manejo en situaciones de riesgo, se aproximó a Francesca y le dijo:

- Acerquémonos con cuidado, si lo que hallaron se tratara de comida, podrían molestarse con nosotros

- Pero si acabo de alimentarlos… - argumentó ella

- Son perros de gran porte, no creo que se hayan conformado con tan poco. – respondió él

- Me pregunto cuántos más nos vamos a encontrar durante la expedición, tal parece que tenemos un imán con los perros – comentó ella

Ambos caminaron lentamente hacia donde estaba la piedra, mientras el resto del grupo observaba expectante… y cuando ya estaban casi sobre ella, Alex le indicó a Francesca que se detuviera y fue él quien se acercó para ver qué había.

Los animales no se interpusieron y lo dejaron hacer, como si supieran que era lo correcto.

- ¡Ahhh… caray! – exclamó Alex

- ¿Qué viste? – preguntó Francesca

- Esto parece sangre – respondió

Al oír esto, la geóloga fue hacia allí para verlo con sus propios ojos. Y enseguida fue a buscar al profesor.



Capítulo V

El profesor Germán tomó su lupa y la colocó a centímetros de la mancha rojiza sobre la superficie de la piedra… luego concluyó:

- No me cabe duda de que se trata de una mancha de sangre

- ¿De origen humano? – preguntó Bernardo

- Es posible. Por el tamaño debe haber sido una herida profunda la que provocó la pérdida – respondió Germán

- Tal vez alguna de las tribus que habitan esta zona realiza rituales en los que se cometen sacrificios de animales. Pudieron haberlo matado aquí mismo – se aventuró a opinar Varda

- No es tan descabellado lo que dices – sostuvo el profesor

Lionel tomó fotografías de la roca desde distintos ángulos, pensando que quizás podrían servir de evidencia en el hipotético caso de un asesinato.

- ¿Qué sigue ahora, Bernardo? – preguntó Francesca a su guía

- Continuaremos con lo nuestro, los perros nos alertarán si llegara a presentarse algo nuevo – respondió él

- ¿Y si fuera ésta una de las piedras que mencionó ese ermitaño? – interrumpió Mateo

- Buena observación… por si acaso, miremos en detalle todo lo que rodea a la misma – indicó el guía

El avezado Mateo sintió que a su juego lo llamaban, con pasos rápidos y pequeños saltos ascendió hasta la parte superior de la piedra en cuestión; una vez allí comprobó que se trataba de un conglomerado de escombros, de lo que supuso habría sido una destacable construcción en sus momentos, y observó que varios componentes se encontraban dispersos en varios metros a la redonda, lo cual certificaba lo adelantado por el viejo ermitaño. Le llevó escasos minutos descender y hacer partícipes de tales datos a sus correligionarios.

Luego de haberlo escuchado, Bernardo propuso al grupo que eligieran pareja para recorrer los alrededores en busca de la codiciada flor.

En su fuero interno sintió que la meta no estaba lejana; él prefirió aguardarlos junto a la inmensa piedra, a la que se animó a considerar como una antigua casa sagrada de rezos y oraciones.

No pasó mucho tiempo hasta que -casi al unísono- se escucharon exclamaciones de júbilo provenientes de distintas direcciones.

Al escuchar esto, Bernardo se apartó de la roca y fue a reunirse con el resto.

Francesca y Mateo, que desde el inicio de la expedición conformaron un dúo inseparable, tanto por las directivas de su guía, como por la afinidad que habían desarrollado entre ambos, fueron los primeros en hacer el descubrimiento.




- ¡Eureka! – gritó Mateo

-¡La encontramos! ¡Y es bellísima! – exclamó Francesca

- Esta flor nos va a hacer ricos ¡Bendita sea! – agregó Mateo, al tiempo que le daba un beso en la mejilla a Francesca, motivado por la emoción… y quizás algo más

- ¡Las hay por todas partes! – gritó Varda, emocionada

- Es de una belleza impresionante, si el efecto que produce se equipara con eso, estamos ante un verdadero tesoro de la naturaleza – comentó Lionel, que no dejaba de tomar fotografías, pensando en la fama que ello le proporcionaría

- Manéjense con cuidado, no se dejen llevar por la emoción – aconsejó Bernardo

El profesor, más cauto y experimentado que el resto, procedió a buscar en su mochila los elementos necesarios para tomar muestras de la flor. Solicitó para ello la colaboración de Alex, al que consideraba alguien con un futuro promisorio como expedicionario, en vista de lo demostrado por el joven hasta entonces.

Los perros, entretanto, parecían ajenos al hallazgo de la flor. Se hallaban ocupados olfateando la zona, como si estuvieran siguiendo un rastro.

-¿Qué estarán buscando esos perros? – preguntó Varda viéndolos alejarse

Y no terminó de decir esto, cuando de repente se escuchó un aullido.

Todos interrumpieron lo que estaban haciendo y miraron en dirección al sonido.

-¿Habrá sido uno de los perros? ¿Qué pudo haberle sucedido? – preguntó Francesca con preocupación

- Tal vez cayó en una trampa – opinó Alex

- Ustedes continúen con lo que estaban haciendo, Alex y yo iremos a ver qué sucede con los perros – indicó Bernardo

A poco de emprender la marcha, vieron aproximarse a dos hombres. Se hallaban como a cien metros de distancia y portaban algo en sus manos, que no llegaron a determinar debido a que ya estaba por anochecer.

Cuando estuvieron cerca, Bernardo y Alex se miraron con preocupación, pero nada pudieron hacer, esos hombres estaban apuntándolos con sus escopetas.

- Hasta aquí llegaron, señores. ¿Acaso pensaron que se alzarían así sin más con semejante tesoro? Llevamos meses detrás de esa flor y todo aquel que se interponga entre nosotros y ella, lo pagará con su vida – dijo uno de los hombres

- ¿Acaso esa mancha de sangre sobre la piedra?... – alcanzó a preguntar Bernardo

Y el otro hombre se apresuró a responder:

-Pertenece a alguien que llegó antes que ustedes

Bernardo y Alex se quedaron petrificados ante esta revelación. Pensaron en las peripecias que habían tenido que atravesar para llegar hasta allí, en la ilusión de toparse con esa flor y lo mucho que podía significar para todos. No era justo que todo se esfumara así de fácil. Pero su vida estaba en peligro y no iban a oponerse a las ambiciones de esos inescrupulosos, de modo que la expedición había llegado a su fin y se irían con las manos vacías.

Sin embargo, no estaba dicha la última palabra al respecto.

De pronto, los perros que los habían acompañado en la travesía, aparecieron detrás de esos hombres (uno de ellos estaba herido en una pata, debido al disparo recibido minutos antes). Y como si se tratara de dos bestias salvajes, atacaron ferozmente a ambos sujetos.

Bernardo y Alex aprovecharon esto para desarmarlos. Luego, este último volvió a hacer gala de su buen manejo con los perros y les hizo una seña para que se apartaran de los sujetos.

Heridos y desarmados, estos no tuvieron otra alternativa que rendirse, y se fueron por donde vinieron.

El guía y su acompañante, seguidos de cerca por los canes, regresaron junto a los demás, que ya habían culminado con su tarea.

Mientras comentaban lo sucedido, Francesca le realizaba curaciones al animal herido con los elementos de primeros auxilios que llevaba en su mochila.

El mal momento había pasado, era hora de celebrar el hallazgo.

Bernardo arrojó las escopetas al río, cuyas aguas se encargaron de llevárselas bien lejos. Luego reunió a todos y los felicitó por el trabajo realizado.

Cantaron y bailaron y los perros se sumaron al festejo sacudiendo sus colas y ladrando.

Y de esta forma dieron por finalizada la expedición a Myanmar.



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Autores:
Laura C (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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*Registrado/Safecreative N°1606058078337
*Imágenes de la Web
*Música de fondo: Future world music/Dream Chasers