domingo, 21 de diciembre de 2014

Misticismo teológico



Costó trabajo, mucha dedicación, horas sin descanso, faltaban escasos minutos para la consagración, todos con los nervios tensos por la emoción y el significado de tal evento, nadie atinaba a emitir sonido alguno, la expectativa dominaba el ambiente. En forma lenta los diminutos focos comenzaron a obsequiar un azulado resplandor sobre el camino de piedras, que parecían perlas incrustadas en la tierra. Una confusión de suaves acordes, interrumpieron el silencio, que hasta dichos momentos era dueño y señor. Aparecieron desde ambos flancos, el rojo y el azul resaltaban en sus vestimentas...los acordes se convirtieron en una suave marcha...eran altos y esbeltos...sus cabezas, envueltas en gasas de difícil transparencia impedían reconocer sus rostros; la consigna se debería conservar, todos iguales, sin diferencias, un sólo motivo los unía. 

Animaba la emoción del encuentro espiritual, después de tantos días de concentración y estudio teológico. A medida que se aproximaban al centro del templo, crecían los latidos del corazón. Una nueva y grata experiencia los esperaba en ese acercamiento verdadero y definitivo con el creador del universo, centro de sus alegrías, emociones y esperanzas presentes y futuristas, desde el servirle a EL con devoción y a los demás, con fervor para cumplir con las sagradas enseñanzas. La respiración se aceleraba a medida que más se aproximaba el momento tan anhelado, grata espera acumulada desde la adolescencia en que empezaron a sentir esa inquietud y deseo de mantenerse cerca de Dios por la forma en que fue impartida la enseñanza religiosa en el seno de sus hogares, dando viva demostración de que la fe es el acicate de la existencia y el timón que conduce acertadamente, sus pasos, llevado a la inclinación de amar y servirle al prójimo.

Llegó el momento esperado, un silencio absoluto cubrió el predio, un resplandor que fue en aumento iluminó cada rincón, los ojos fijos en aquella figura que bajaba de lo alto, sus brazos abiertos en señal de amor sin distinción, todos quedaron protegidos, el temor fue ahuyentado, las tristezas desaparecieron, sonrisas de satisfacción tiñeron los rostros de los convocados. Una vez más se cumplió lo pactado, lo que fue escrito y prometido. 

Y en aquel recinto donde consagraban su fe los creyentes presenciando la entrega a Dios de tres sacerdotes, se vivenció el amor que El les brinda a través de los seguidores de sus palabras. Los pechos agitados de emoción sintieron la divinidad de su presencia imponente por lo que significa en sus vidas y a la vez, tan humilde por las enseñanzas de sus parábolas centradas en la práctica y aplicabilidad del amor divino y el humano. En el aire flotaba un olor a reseda, mientras el coro de monjas elevaba cánticos de alabanzas en forma armónica y acompasada, dando la impresión de que la música bajaba del mismo cielo para arrullar sus oídos y aferrarse a sus corazones, glorificándolos a través de la comunión espiritual. Y con esa aureola presenciada, flameó la paz interna, y el anhelo vehemente de estar con él hasta después de la muerte, porque su ausencia los haría sentir como esas higueras secas y retorcidas que han perdido el abrigo del rayo solar!. Ensimismados en sus pensamientos, estuvieron por instantes como abstraídos de la propia realidad, así como se pierde el poeta a cada instante en sus constantes inspiraciones y al regresar de ese viaje místico, oyen las voces en coro que decían: ALELUYA, GLORIA A DIOS!


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 Autores:
Trina Mercedes Leé Montillas de Hidalgo (Venezuela) 
Beto Brom (Israel)

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*Registrado.Safecreative N°1412212814921
*Música de fondo: Robert Haig Coxon/Música para el alma